miércoles, 16 de junio de 2010

UNA INTERESANTE REFLEXIÓN SOBRE LA LECTURA




La aventura salvaje de leer: Un viaje demasiado organizado
Por Paloma Sánchez Ibarzábal *

Antes, cuando los adultos de hoy éramos pequeños, leer era una auténtica aventura salvaje. Y digo auténtica y salvaje porque nadie organizaba nuestro “plan lector”: llegaban a nosotros menos libros (es cierto) pero de todo tipo, y la libertad frente a ellos era absoluta, (sin clasificaciones previas o sin supervisiones adultas, sin mapas-guía de lectura, ni rebajas lingüísticas, ni adaptaciones): Libros gordos, finos, con dibujos, sin dibujos, más o menos transgresores, cursis o atrevidos… de cualquier tipo de temas o argumentos… Nadie vigilaba si eran adecuados a nuestra franja de edad, si el lenguaje era fácil o elevado, incluso si el tema no sería excesivamente crudo para nuestra sensibilidad infantil, si entenderíamos aquellas páginas o no… Leíamos, y punto.

Abríamos el libro como el que se mete en una jungla, sin mapas ni brújula. Y de esta forma, los que fuimos lectores, accedimos a determinados libros considerados hoy “no adecuados o complejos” mucho antes de lo que acceden ahora nuestros hijos con la misma edad. Nos encontrábamos con términos, escenas o lenguaje que a veces, es verdad, no comprendíamos completamente. Pero ¿acaso era necesario comprenderlo todo? Aprendíamos en medio de la penumbra o de la luz de aquellas palabras, nos interrogábamos, nos encontrábamos con puertas cerradas y, por ello mismo, nos aupábamos para abrirnos paso hacia un mundo nuevo, desconocido, todavía demasiado incomprensible pero fascinante por donde nos perdíamos durante páginas… Caminábamos haciendo equilibrios entre lo conocido y lo desconocido, lo accesible y lo inaccesible… Disfrutábamos de la aventura salvaje de leer, sin más.
Hoy en día la forma en que enfrentamos a los niños a la literatura ha cambiado, y creo que, en algunos aspectos, no siempre para mejor. La aventura salvaje de leer se ha convertido en un viaje demasiado organizado. La jungla de la literatura infantil tiende a despojarse de dificultades, de ciertos recovecos, complejos sí, pero con encanto, corriendo el riesgo de convertirse, en una “llanura asfaltada” y exenta de peligros, algo así como un Parque Nacional acotado, completamente supervisada, marcada en todas y cada una de sus rutas, explicada en su recorrido con cuadernillos interpretativos y de orientación al final de sus páginas o en anexos, vallada, encorsetada, asfixiada a veces en franjas de edad de colorines atractivos (que disimulan esa pérdida de libertad), y hasta pavimentada con un lenguaje, estilo y temas sin excesos (para no ensuciarse demasiado con posibles barrizales o sufrir riesgo de tropezar). En un intento (necesario en sus orígenes) de proteger los derechos del niño en todos y cada uno de los aspectos de su vida, se ha radicalizado y extremado ese amparo de forma que hoy, se le sobreprotege, se le “sobre-dirige”, mermando con ello su capacidad de exploración del mundo. Del mundo literario también.
Y es que la aventura salvaje de leer, es algo más que leer, tal y como lo plantea el plan lector del sistema educativo. Supone sobre todo acercar al niño a una apuesta estética, artística, a una visión especial de la vida, del mundo, de sí mismo, no es solo enfrentarle a un tema o argumento más o menos orientado hacia valores deseables y de socialización. Pero como todo acercamiento y exploración del arte, no puede desarrollarse plenamente dentro de un marco de obligatoriedad, ni con demasiadas planificaciones, organizaciones o encorsetamientos que dificulten su libre manipulación, acceso o interpretación.
Antes, avanzábamos o retrocedíamos por el paraíso de la lectura según nuestras necesidades personales de crecimiento. Al no estar, por ejemplo, los libros limitados en franjas de edad, recuerdo que siendo ya mayorcita, volvía a retomar ciertas lecturas que había leído cuando era más pequeña. La posibilidad de volver hacia atrás, hacia lecturas ya exploradas, era uno de los privilegios que se están perdiendo. Los libros mueren en las manos del niño demasiado rápido… en cuento el lector cumple un año más que el indicado en la solapa. Nunca en mi infancia sentí ese dedo sutilmente inquisidor señalándome que un libro ya estaba fuera de mi edad, como una camiseta que a uno se le queda estrecha y no debe volverse a usar. Ni tampoco se me limitó por arriba. Las barreras en el arte literario no existían, simplemente.
Esta actitud pude observarla durante el tiempo que estuve al cargo de una biblioteca escolar: un niño que encontraba un libro recomendado para una edad, pongamos de ejemplo, a partir de ocho años, no lo quería si él ya tenía nueve. Lo apartaba sin más por considerarlo “de pequeños”, cuando tal vez, ese libro podía tener bastante más recorrido. El “a partir de… tal edad” no funciona.
Hace poco, en la biblioteca municipal de mi barrio encontré Peter Pan (la versión original de James Matthew Barrie) ubicado en el estante de libros a partir de 14 años. ¿Qué adolescente de 14 años lee las aventuras de Peter Pan? Ninguno. Pero claro… la versión original es un libro muy gordo, con lenguaje bastante elaborado, trama, estructura complejas… para ubicarlo en la estantería correspondiente a libros recomendados para ocho años… ¿Ah, sí? ¿De verdad nos creemos esto? Son los niños de ocho años los que más lo disfrutarían, pese a su tamaño, complejidad y dificultades añadidas (de las que, por cierto, nosotros tuvimos la suerte de NO ser protegidos). Pero para los de ocho años hay ya otras “adaptaciones Disney” de “Peter Pan”… mucho más “comprensibles y adecuadas”… ¿Qué niño se adentrará entonces en la aventura de leer la fascinante historia (original) de un libro como “Peter Pan”? Ninguno. De repente, este clásico de la literatura, no cuadra dentro de los moldes de acceso a la literatura, de esas barreras limitadoras impuestas en el marco del panorama literario infantil.
“Encuentro que, infelizmente (…) estamos creando muchas divisiones en esa cosa tan mágica que es la literatura. Este es para esta edad, este es para aquélla edad, este es perturbador, este no es perturbador… A mí me gusta una cosa más difusa, donde las fronteras no estén tan bien delineadas. (…) la gente está perdiendo una cosa que va a ser irrecuperable.” (Lygia Bojunga Nunes, escritora brasileña, Premio Astrid Lingred, Premio Ándersen de literatura).
Sí, estamos perdiendo algo irrecuperable para los niños: la aventura salvaje de leer…


* Paloma Sánchez Ibarzábal (Madrid, 1964) Realizó estudios como Técnico Superior en documentación e inició la carrera de Psicología. Desde 2004 se dedica a escribir para niños y jóvenes, narrativa y cuento, y anda investigando el terreno de la poesía para adultos. Sus obras publicadas son El brujo del viento (SM) finalista al Barco de Vapor 2005, ¿Quién sabe liberar a un dragón? (SM), Help me escoba no funciona! (SM), libro bilingüe de la colección Tus Books, Pirata Plin, pirata Plan (SM), los álbumes ilustrados El cazador y la ballena (OQO Editora) y Cuando no encuentras tu casa (OQO Editora). Este año ha sido finalista al Premio Lazarillo con la novela juvenil ECOS.

(Fuente: Revista Culturamas)

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