martes, 9 de junio de 2009

LECTURAS

No sé si a todo el mundo le ocurre, pero a mí me atrapan determinados paises y ciudades. Siento el combate -casi de lucha libre- que entablo con ellas y ellos, atrapado entre sus llaves de embrujo y de vida. En mis viajes, procuro siempre ir más allá de la postal de su arte, de sus costumbres y de sus gentes. Cuando esto sucede, incluso, acabo atracándome de obras donde estos países y estas ciudades queridas tienen papel de protagonistas o sirven de escenario o atmósfera narrativa.

Es el caso de Venecia, ciudad mil veces soñada, visitada, físicamente, en tres ocasiones y revisitada continuamente con los recuerdos. Viajo, siempre que puedo, lejos de aglomeraciones y guías de al uso, porque me gusta perderme entre la gente, salirme de los circuitos, soborear, oler, palpar la vida, absorberlo todo, empaparme. A veces, de ello surgen relatos; otras, vaporosas atmósferas que servirán a mis historias narrativas.

Digo todo lo anterior porque he recibido "Bajo el león de San Marcos", de la zaragozana Ana Alcolea. La acaba de publicar en Algaida -todo un novelón de casi 500 páginas-, mi editorial. Somos, pues, colegas de sello. Tres situaciones propicias para su lectura: una ciudad admirada y amada, la amistad con Ana y la editorial que nos acoge a ambos. He comenzado a leerla atrapado por la frase que cierra el libro y la historia narrada. Una frase magnífica, insinuante, prometedora: "Me pareció que vigilaba mi sueño la pétrea mirada de un león alado". Intuyo amor, cierto suspense, historia a raudales...y, por supuesto, el corazón de Venecia. A por ella.

Hablando de Ana -que tiene muchos contactos con Suecia, país que también me atrae sobremanera-, en cola, el librito de poesía "La vía Láctea", de Kjell Espmark, miembro de la Academia Sueca y jurado en el Nobel. Y, también, en retaguardia, esperando el ataque: "Atlas descrito por el cielo", del serbio Goran Petrovic, con prólogo de Alberto Manguel -una voz seria- y el buen gusto y obligado batallar de una editorial independiente como Sextopiso, empeñada en buenos textos. En esos textos a los que el bosque editorial del mercado actual no deja ver la luz o los asfixia, condenándolos al olvido o a la muerte misma, incluso antes de nacer -¡cuántas novedades ni siquiera se desempaquetan en las librerías!-. He picoteado en algunas páginas -suelo hacerlo antes de empezar una lectura- y el sabor ha dejado un regusto de los que anuncian placer y reflexión. Espero hallar el mismo placer que cuando leí, hace muy poco, otro serbio igual de desconocido en España -pese a que, a temporadas, ejerza la traducción en Barcelona. Por ejemplo, relatos al serbio de mi desaparecido amigo Jesús Moncada -: Igor Marojevic.

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