jueves, 24 de junio de 2010

COMPAÑERAS DE VIAJE (Soledad Puértolas)



POR EL ESPEJO DE MUJERES SONÁMBULAS(*) Ramón Acín.
Desde sus inicios literarios, Soledad Puértolas ha mostrado enorme interés narrativo por indagar en lo “mínimo” hasta convertirlo en pilar básico de su creatividad. Gracias a este interés por lo “mínimo” –de hecho, los personajes claves de Comañeras de viaje siempre apaecen en los relatos como si fueran secundarios, sin importancia alguna-, en la lectura de sus obras, se alcanza, explora y explica lo “máximo”. En Compañeras de viaje, la última aportación literaria de la autora, sigue existiendo este peculiar aprecio por lo insignificante, mínimo o secundario, pues se incide y se indaga en situaciones cotidianas que, con una sorprendente normalidad, edifican universos capaces de trascender más allá de su aparente simpleza inicial. De ahí que los quince relatos del libro hablen y naveguen por la lógica de la vida y por los inesperados quiebros de la misma a partir de situaciones intrascendentes y puntuales que, sin embargo, escarban a fondo en el hastio de la existencia.
El libro avisa, desde el mismo título, de la intencionalidad más general; una intencionalidad que se ratifica después, con mayor pormenorización, en los escuetos titulares de los relatos y en la parquedad de los mismos, predibujando de esta manera también el esquema técnico utilizado por la escritora. En denominaciones, simples y mínimas, como “Pulseras”, “Espejos”, “Restos”, “Ropa usada”, “Despacio”, “Dos hombres”… se oculta la total realidad del mundo y de la vida. Sobre tal apariencia de simpleza, asentada en lo cotidiano y la normalidad, la lectura va caminando, suavemente y con paso seguro, hasta desembocar en el trasfondo de esa apariencia. Y, con ello, lo esencial, ya sea individual o colectivo, aparece narrativamente con fuerza. Los personajes, femeninos siempre, emergen potentes desde la borrosidad que define a la vida. Y lo hacen con una contundencia inesperada que permite tomar conciencia acerca de la tela de araña que atrapa y envuelve la existencia de tales personajes. Casi todas las mujeres de Compañeras de viaje se ven y se observan como personas condenadas a la normalidad e incapaces de salir de ella. Y es, precisamente, esa conciencia de su actuación, tocada por abismos de angustia y de suaves picos de euforia, lo que da densidad a los quince relatos del libro.
Viajar o cambiar de lugar suele contener sus buenas dosis de revelación. Algo suele mudar en el interior de las personas cuando su entorno deja de ser cotidiano. A pautas asi de comunes se atiene la narradora Soledad Puértolas en este libro de relatos, pues esa muda interna o ese caer en la cuenta cuando se contempla algo desconocido o distinto frente a lo común del dia a día es, precisamente, lo que mejor hace fernentar a toda la gavilla de historias que levantan el edificio del libro. Son, casi siempre, historias centradas en desplazamientos físicos que, en su mayoría, devienen en mentales - eso sí, trufados de una reflexión apenas mostrada- y que, gracias a ese devenir, se acaban conformando como pautas de revelación, de medicina, de posibilidad de huida, de comprensión de sucesos, de aviso ante el peligro, etc. para las protagonistas –un tanto especiales- de Compañeras de viaje.
En los relatos de este libro habita un puñado de mujeres que muestran un rico haz de estados de ánimo –por lo general, en el círculo próximo o propio al dolorido sentir, tales como cansancio, desgana, malestar y similares-, provenientes de su inseguridad, de su depresión o, entre otros varios aspectos, de su insatisfacción vital. En suma, son siempre mujeres sonámbulas e incapaces de “resolver cuestiones fundamentales” (pág. 55) mientras transitan casi inconscientemente por la vida. De ahí que, en todos los relatos, pese a la aparición y caminar paralelo de personajes acompañantes, la soledad se manifieste de manera permanente y que, además, incida con fuerza en todas las protagonistas, alejándose, por tanto, del simple telón de fondo o de dibujo de atmósferas. La soledad, como corriente subterránea en Compañeras de viaje, dibuja un esquema común para el conjunto del libro. Como si todas las historias de éste, pese a su disparidad, pertenecieran al mismo tronco. Es decir, estamos ante la presencia de seres que se muestran al margen de sus maridos, amigos o vecinos pese a contar con su presencia, además de parecer o sentirse anuladas por un estado enfermizo de apatía o dolor, absortas en mundos sin interés (“muchas veces miro alrededor y no veo nada” afirma, por ejemplo, la protagonista de “Despacio”, pág.97) o entregadas a una ensoñación que las aisla. Son siempre seres que parecen buscar ansiosamente protección o que inspiran una necesidad de protección; seres que temen a lo desconocido y que no quieren exponerse a los posibles peligros derivados de tal desconocimiento. E, incluso, seres que llegan a sentirse extranjeros de sí mismos (“Hace tiempo que no sé quien es la persona que habita al otro lado del espejo”, pág. 135). De ahí, la importancia de la enfermedad o del dolorido sentir como excusa ante sí y ante los demás, puesto que, al menos, son conscientes de que hasta el simple hecho de pensar resulta doloroso.
Tan especial situación de soledad, de extrannjería -social y anínima- o de apartamiento buscado y de evasión acacece en espacios actuales, fáciles de reconocer o, cuando menos muy verosímiles. Espacios que transmiten a la lectura, adensándola, un tiempo, unas costumbres, una atmósfera y hasta una historia identificables. Circunstancias que conforman todo un hallazgo al actuar como adecuado fondo escénico, al tiempo que apuntalan la sensación de un atractivo novelesco que es, muy suavemente, proclive al misterio. Un misterio que tiende a inocular brevísimas –pero suficientes- dosis de duda porque, precisamente, vivir es dudar. Ciudades del mundo como París, Nantes Londres o Seúl, junto a pueblos, hoteles de carretera, coches, barcos o lugares perdidos, adquieren protagonismo narrativo para mostrar, por ejemplo, fotogramas de vida o fogonazos del paso de tiempo pegados a la fragilidad de unos seres que se debaten en dolorosa incertidumbre.
Lo anterior adquiere especialmente importancia cuando la existencia manifiesta la cara oculta, no deseada o, simplemente, imprevisible. De ahí que haya espacios y tiempos cargados de significativo contenido histórico como en los relatos “Au Pair” y “Otoño de 1968”, donde nuestro pasado reciente, la dictadura franquista, refuerza y da sentido al despertar de la vida, a la muda de la piel –en míticas y extrañas tierras: Londres y París- de las protagonistas. Frente a este tipo de espacios y tiempos, llenos de cierto protagonismo vital, otros tienden a diluirse como azucarillos para así perfilar el protagonismo puntual de la sorpresa cuando ésta choca con la rutina y todo parece romperse angustiosamente en mil pedazos.
Espacios, tiempos, viaje, soledad y dolorido sentir- principales quicios básicos de Compañeras de viaje-, adquieren total sentido cuando la rutina deja de ser rutina y el quiebro de la normalidad se hace patente, porque, aunque sea fugazmente, sólo así las protagonistas llegan a observar que “se viven muchas vidas dentro de una vida” (pág.137), a la postre, sustento e idea final de los quince relatos del libro y de su valor de espejo.

Soledad Puértolas. Compañeras de viaje. Barcelona, Anagrama, 2010, 217 pp.
(*) Publicado en la revista Turia, nº 95.

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