Buenos Aires entre anaqueles
Por Ángel Domingo (texto y fotografías).
Dos veces me santigüé, descontando el aterrizaje, desde que pisé Buenos Aires. Ambas al cruzar el umbral de sendos templos: La Bombonera donde Maradona se hizo carne y El Ateneo de Santa Fe, en el cual los libros se saborean en palco. “A mí se me hace cuento que empezó Buenos Aires, la juzgo tan eterna como el agua y como el aire”, escribió Borges (cita obligada) en su relato sobre la fundación mítica de la capital porteña. Seguramente igual de imperecedero es su amor por los libros, que muchos santuarios literarios venden a crédito para que sus feligreses comulguen con la palabra pese a plagas como corralitos, recesiones y otras boludeces prosaicas.
El Ateneo Grand Splendid (Avenida Santa Fé 1860) es un antiguo teatro de 1919 reconvertido en gran librería, que convierte la tinta en lágrima del bibliófilo hasta la madrugada. Sus estanterías se reparten por 2.000 metros cuadrados en tres plantas con cuatro hileras de palcos cubiertos por una bóveda de cielo raso decorada con motivos bíblicos por el pintor italiano Nazareno Orlandi. En la platea refulgen Borges, Canetti y Bioy reforzados por la nueva guardia argentina frente a los gurús de la autoayuda, Coelho, Buccay y demás malevos del ‘new age’.
The Guardian la designó como la segunda librería mas bella del mundo, después de la holandesa Boekhandel Selexyz Dominican, ubicada en una antigua iglesia de Maastricht. En la lista, además, aparecen Livraria Lello (Oporto, Portugal), Secret Headquarters Comic (Los Angeles, EEUU), Borders (Glasgow, Escocia), Scarthin’s (Peak District, Inglaterra), Posada (Bruselas, Bélgica), Un lugar de La Mancha (México DF), Keibunsya (Kyoto, Japón) y Hatchards (Londres, Inglaterra).
En la cafetería de la tramoya, observada por el retrato de Gabo, una mina le cuenta a otra sus experiencias cercanas del viaje al París europeo invadido por ciclistas que “andan muy rectos con sus mochilas en cestita”. La capital en la que la Gioconda se aparece abismalmente más reducida que su leyenda.
Acompaña la tertulia la melodía del piano de cola, en el mismo escenario en el que Gardel desgarró al tango de sus gasas. Las jóvenes bañan la conversación en capuccino. Los suspiros por el estudiante de ojos azules abandonado en el barrio latino, encuentran resuello en el islote de una sabrosa medialuna.
Junto a ellas, un caballero (amante, esposo o confidente) remata su copa de champagne mientras la dama (amante, esposa o confidente) repasa por celular la tabla de multiplicar con un colegial aplicado en sus tareas.
De esas y otras historias hablan los volúmenes que reposan en el anfiteatro. El telón nunca baja para las letras en este escenario tipográfico, mientras un profesor universitario se reencuentra con Steiner recostado en uno de los cómodos butacones de los palcos. A sus pies, Alejandría.
Abandonamos el bullicio céntrico de Santa Fe, no muy lejos de esa Gran Vía americana que es Corrientes, para acercarnos en taxi trucho (pirata) a Palermo Soho. Una vez cumplida la obligada diatriba contra Cristina (Kirchner), el conductor centra su monólogo en el único asunto de real importancia: el fútbol. Al abonar el servicio, acepta el canje. Messi por Raúl en un intercambio de seleccionados. Trato hecho.
En Honduras 5574, rodeada de tiendas de diseño, boutiques alternativas y restaurantes de fusión, convive Eterna Cadencia, donde se reza al maestro Borges una vez más: “Hay algo mágico: yo continúo comprando libros. No puedo leerlos, pero la presencia de los libros me ayuda… esa gravitación silenciosa, sentir que están ahí”.
Las tablas del suelo crujen. La madera mece los volúmenes de novela, arte o ensayo que aguardan a su lector. La distribución del local parece pensada por un sacerdote del Antiguo Egipto. En la entrada, la narrativa y novedades. A medida que el fiel penetra las diversas estancias, descubre mayor número de secretos hasta alcanzar a los dioses de la filosofía. Y, como todo lugar sagrado, también dispone de patio en el que refrescar la lectura con un espreso. Los más osados alcanzan la azotea, desde la cual las vistas de los tejados bonaerenses pugnan con las páginas para seducir la retina.
Eterna Cadencia, desde 2008, también edita, “para intervenir y para contribuir a la felicidad que son los libros. Nos proponemos estar a la vanguardia de la edición, aunando en nuestro catálogo profesionalismo, coherencia, calidad y pasión. Editar es un modo de intervenir en los debates locales. En el solo hecho de darle una temporalidad distinta a los libros, asumir decisiones estéticas o velar por la calidad de la manufactura, se está sosteniendo un modo propio de relacionarse con las librerías, con el lector y con la lectura”.
El suyo no es un caso único. La devaluación del peso, a principios de 2002, encareció los libros extranjeros pero, a cambio, redujo sensiblemente el coste local de la edición. Así aparecieron un buen número de sellos argentinos, muchos de los cuales están vinculados a librerías.
Cientos de cuadras más allá, en la Avenida Callao 892, dos jóvenes belgas repasan su guía de viajes, antes de partir a la Patagonia, en el oasis de una de las mesas del restaurante que alimenta los fondos de Clásica y Moderna, fundada por la familia Poblet, de origen madrileño, en 1938. Comparten menú ejecutivo con abogados, directivas, escritores lectores, visitantes y turistas. La noche barrerá la atmósfera ajetreada de las oficinas cercanas en un trueque por la canalla noctámbula del jazz, el tango y los recitales de poesía asonante.
Incluida en el selecto grupo de Librerías Notables de Buenos Aires por el Gobierno de la ciudad, alcanzó su máximo esplendor en los años 50 del siglo pasado, convertida en punto de encuentro de escritores y políticos. Años más tarde, en los mágicos 80, recuperó brío con el renacer democrático. Hasta sus anaqueles arribaron los artistas exiliados y, con ellos, la vida del restaurante, el bar y las actuaciones nocturnas compartiendo espacio con la existencia impresa.
En Buenos Aires el paseante puede tropezar con un libro o un adoquín. En la urbe de la literatura, el café y la plática acostumbran a verse sorprendidos por el amanecer. Poco más podemos pedir a la creación. Junto a la excelsa muestra citada, las librerías de viejo pueblan Corrientes y Santa Fe. Marx y El Ché siguen entre los más vendidos. Por algo será.
The Guardian la designó como la segunda librería mas bella del mundo, después de la holandesa Boekhandel Selexyz Dominican, ubicada en una antigua iglesia de Maastricht. En la lista, además, aparecen Livraria Lello (Oporto, Portugal), Secret Headquarters Comic (Los Angeles, EEUU), Borders (Glasgow, Escocia), Scarthin’s (Peak District, Inglaterra), Posada (Bruselas, Bélgica), Un lugar de La Mancha (México DF), Keibunsya (Kyoto, Japón) y Hatchards (Londres, Inglaterra).
En la cafetería de la tramoya, observada por el retrato de Gabo, una mina le cuenta a otra sus experiencias cercanas del viaje al París europeo invadido por ciclistas que “andan muy rectos con sus mochilas en cestita”. La capital en la que la Gioconda se aparece abismalmente más reducida que su leyenda.
Acompaña la tertulia la melodía del piano de cola, en el mismo escenario en el que Gardel desgarró al tango de sus gasas. Las jóvenes bañan la conversación en capuccino. Los suspiros por el estudiante de ojos azules abandonado en el barrio latino, encuentran resuello en el islote de una sabrosa medialuna.
Junto a ellas, un caballero (amante, esposo o confidente) remata su copa de champagne mientras la dama (amante, esposa o confidente) repasa por celular la tabla de multiplicar con un colegial aplicado en sus tareas.
De esas y otras historias hablan los volúmenes que reposan en el anfiteatro. El telón nunca baja para las letras en este escenario tipográfico, mientras un profesor universitario se reencuentra con Steiner recostado en uno de los cómodos butacones de los palcos. A sus pies, Alejandría.
Abandonamos el bullicio céntrico de Santa Fe, no muy lejos de esa Gran Vía americana que es Corrientes, para acercarnos en taxi trucho (pirata) a Palermo Soho. Una vez cumplida la obligada diatriba contra Cristina (Kirchner), el conductor centra su monólogo en el único asunto de real importancia: el fútbol. Al abonar el servicio, acepta el canje. Messi por Raúl en un intercambio de seleccionados. Trato hecho.
En Honduras 5574, rodeada de tiendas de diseño, boutiques alternativas y restaurantes de fusión, convive Eterna Cadencia, donde se reza al maestro Borges una vez más: “Hay algo mágico: yo continúo comprando libros. No puedo leerlos, pero la presencia de los libros me ayuda… esa gravitación silenciosa, sentir que están ahí”.
Las tablas del suelo crujen. La madera mece los volúmenes de novela, arte o ensayo que aguardan a su lector. La distribución del local parece pensada por un sacerdote del Antiguo Egipto. En la entrada, la narrativa y novedades. A medida que el fiel penetra las diversas estancias, descubre mayor número de secretos hasta alcanzar a los dioses de la filosofía. Y, como todo lugar sagrado, también dispone de patio en el que refrescar la lectura con un espreso. Los más osados alcanzan la azotea, desde la cual las vistas de los tejados bonaerenses pugnan con las páginas para seducir la retina.
Eterna Cadencia, desde 2008, también edita, “para intervenir y para contribuir a la felicidad que son los libros. Nos proponemos estar a la vanguardia de la edición, aunando en nuestro catálogo profesionalismo, coherencia, calidad y pasión. Editar es un modo de intervenir en los debates locales. En el solo hecho de darle una temporalidad distinta a los libros, asumir decisiones estéticas o velar por la calidad de la manufactura, se está sosteniendo un modo propio de relacionarse con las librerías, con el lector y con la lectura”.
El suyo no es un caso único. La devaluación del peso, a principios de 2002, encareció los libros extranjeros pero, a cambio, redujo sensiblemente el coste local de la edición. Así aparecieron un buen número de sellos argentinos, muchos de los cuales están vinculados a librerías.
Cientos de cuadras más allá, en la Avenida Callao 892, dos jóvenes belgas repasan su guía de viajes, antes de partir a la Patagonia, en el oasis de una de las mesas del restaurante que alimenta los fondos de Clásica y Moderna, fundada por la familia Poblet, de origen madrileño, en 1938. Comparten menú ejecutivo con abogados, directivas, escritores lectores, visitantes y turistas. La noche barrerá la atmósfera ajetreada de las oficinas cercanas en un trueque por la canalla noctámbula del jazz, el tango y los recitales de poesía asonante.
Incluida en el selecto grupo de Librerías Notables de Buenos Aires por el Gobierno de la ciudad, alcanzó su máximo esplendor en los años 50 del siglo pasado, convertida en punto de encuentro de escritores y políticos. Años más tarde, en los mágicos 80, recuperó brío con el renacer democrático. Hasta sus anaqueles arribaron los artistas exiliados y, con ellos, la vida del restaurante, el bar y las actuaciones nocturnas compartiendo espacio con la existencia impresa.
En Buenos Aires el paseante puede tropezar con un libro o un adoquín. En la urbe de la literatura, el café y la plática acostumbran a verse sorprendidos por el amanecer. Poco más podemos pedir a la creación. Junto a la excelsa muestra citada, las librerías de viejo pueblan Corrientes y Santa Fe. Marx y El Ché siguen entre los más vendidos. Por algo será.
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