miércoles, 18 de abril de 2012

REINAR EN MEDIO DE LA CRISIS, POR J. CASANOVA


Julián Casanova Madrid, 18 de abril, El País)*
Hace más de treinta años que los españoles tenemos una monarquía parlamentaria y una Constitución democrática. Un largo período de estabilidad, reformas y cambios; de profundas transformaciones políticas, socioeconómicas y culturales. Una especie de milagro, dada la traumática historia de España en las décadas anteriores, que atrajo la atención de teóricos sociales y políticos de medio mundo. Y el rey Juan Carlos, que había comenzado su reinado tres años antes de la Constitución, con un juramento ante las Cortes franquistas, se convirtió en el “motor” o “piloto” del gran cambio que nos llevó desde la dictadura a la democracia.
Ese proceso de transición a la democracia forma parte ya de nuestra historia. Tema de estudio y debate, con relatos oficiales y visiones y revisiones críticas. Pero Juan Carlos, la Monarquía y la Corona quedaron fuera del debate. Hubo una construcción positiva en torno a él, estimulada por políticos, intelectuales y medios de comunicación, que le dejó fuera de las zonas oscuras, errores o deficiencias de la democracia.
Ese orden se ha quebrado en los últimos meses, desde que estalló en el pasado otoño el caso Urdangarín hasta la cacería de elefantes en Botsuana, pasando por el tiro en el pie de Felipe Juan Froilán. Además del paro y de la crisis, la Monarquía, con el rey Juan Carlos a la cabeza, es objeto ahora de controversias y de discusión pública (incluidos los insultos, un deporte nacional cuando se abre la veda). Y el ruido no viene como consecuencia de un movimiento social republicano, al acoso y derribo del orden existente, sino del desmoronamiento de algunos de los pilares en que se había basado esa construcción positiva y no sujeta a escrutinio del edificio monárquico.
De la misma forma que la crisis, el paro y los ataques al Estado del bienestar han puesto fin a la boyante y artificial prosperidad anterior y nos recuerdan día tras día nuestra vulnerabilidad, los escándalos en torno a la Monarquía están cambiando las percepciones y actitudes de muchos ciudadanos hacia una institución sacralizada.
Se abre un nuevo escenario, difícil de predecir, que va a ser visto por personas influyentes en la política y en la comunicación con temor e inquietud, no sea cosa que renazcan los demonios de nuestra historia. Parece el momento, sin embargo, de repensar el papel de la Corona en la democracia y en la sociedad actual, no en el que tuvo, con méritos ampliamente reconocidos, en 1975, 1978 o 1981. Antes de que el sueño de una monarquía perpetua, limpia de sombras y manchas, acabe en pesadilla.

*(Catedrático de Historia Contemporánea en la Universidad de Zaragoza).


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