lunes, 10 de agosto de 2009

RAMON GIL NOVALES, HOMBRE DE LETRAS

Artículo homenaje a Ramón Gil Novales.
Diario del Alto Aragón. Especial de San Lorenzo. Fiestas de Huesca.




RAMON GIL NOVALES, HOMBRE DE LETRAS
Ramón Acín
Mencionar la personalidad de Ramón Gil Novales (Huesca, 1929) es traer a cuento la persona y la obra de un dramaturgo sigiloso y de un contundente novelista de la literatura española aparecida a mediados de la segunda mitad del siglo XX. Pero, a la vez, es, también, la mejor manera de reconocer el trabajo de un traductor ejemplar entre otras varias actividades culturales. Gil Novales es un hombre de letras auténtico, cuya singladura, personal y creativa, siempre ha surcado el océano del sosiego y, también siempre, ha estado acompañado de literatura y de libros, endulzando desde su personal atalaya creativa o mediando afanoso ante el lector. Es lo que corresponde a un verdadero amante de la literatura, a un “letraherido”, sabedor de que la literatura, además de ser reflejo de la época y de servir como transmisora de la memoria, siempre será, además, compendio de reflexión y criadero de respuestas.
Si la creación pura exige, como mínimo, dosis de pasión, continua dedicación y trabajo constante, qué decir de quienes, como Ramón Gil Novales, se dedican a “recrear” obras ajenas, suplantando un idioma por otro, sin que éstas -las obras traducidas- no pierdan ni un ápice del espíritu de su creador y del tiempo en que nacieron. Traducir es recrear y, además, trasvasar con fidelidad suma y por partida doble; es decir, atendiendo al emisor y al receptor, sin olvidarse nunca del resto de circunstancias –particulares, de época…- que pululan alrededor de una traslación entre idiomas. De ejemplar ha sido considerada siempre esta labor del oscense, porque siempre la ha ejercido teniendo muy presente la necesaria labor sociocultural de los “vasos comunicantes” que un traductor de verdad debe desempeñar. Ejemplaridad que le ha llevado a formar parte del clan de los elegidos, de los que van más allá de la simple suplantación idiomática que dota al lector con el acceso adecuado para llegar, degustar y apasionarse con grandes obras del Canon Occidental como Henry Miller, Peter Brook, Virginia Wolf, Edgard Morin, Hanna Arendt, entre otras, traducidas por Gil Novales.
Nuestro autor sabe bien -y así lo manifiesta en todas sus obras- que todos somos hijos del momento histórico y social en que uno vive y, por supuesto, de los momentos del pasado que se heredan o se reciben. El Gil Novales literario –sin duda, también, el Gil Novales persona- tiene claro que cualquier ser humano se edifica sobre esa memoria propia, vivida, y sobre la trasmitida o heredada que es igualmente vital. Una memoria, por tanto, que camina y que se amasa a la par que la vivencia. Y así ha sucedido con la literatura –novela y teatro- de Gil Novales, que tiene muchísimo de memoria y otro tanto de vivencia reflexiva.
Para quienes, como Ramón, nacieron en España al término de los felices 20 y al alba de los duros años 30 del siglo pasado, saben que ese tiempo y los hechos que lo configuran -trascendentales ambos- construyeron sus vidas. El de Gil Novales fue un tiempo enhebrado con la marca de la tragedia, plural y múltiple, que, además, poseyó una especial capacidad para acumular sangre derramada y sonoros silencios, miedo y ansiedad, muerte y quimeras, torturas y lucha por la libertad, sufrimientos y hambre, destierros, exilios y emigración forzada, entre otros aspectos vitales. La guerra civil española y, por añadidura, la gris y cruel posguerra afloran siempre en quienes vivieron aquel tiempo de la reciente historia y vida españolas, delineando sus creaciones literarias. En su reciente estudio (Palabras huérfanas), la joven historiadora Verónica Sierra apunta con acierto que “los niños españoles no vivieron al margen del conflicto, aislados del mundo adulto, sino que padecieron la guerra inmersos (…) conscientes de las penalidades que hacían de la vida diaria una lucha por la supervivencia…”. Es decir que, para los “Niños de la guerra” (traigo a colación títulos de la catalana Teresa Pamiès y de la castellana Josefina R. Aldecoa, por ejemplo), y Ramón Gil Novales lo fue, el mundo de su infancia se hizo añicos. Padeció esa enorme rotura en una época trascendental, necesitada de ingenuidad y de calor. Una rotura acompañada de miedos acechantes -siempre sin respuesta-, que aflorará, literariamente, una y otra vez, con su búsqueda explicativa, como asidero personal, como denuncia, como testimonio... Gil Novales pertenece al tiempo de la “España partida en dos” donde “los niños tuvieron que ser beligerantes porque los bombardeos, el éxodo permanente, la ausencia del padre soldado, preso, fusilado; el hambre, el frío, el pánico, todo en su conjunto o por separado, se ensañó con ellos” como escribió Teresa Pamiès. Tiempo y memoria siempre, lógicamente, presentes en su literatura.
Pero, junto a lo anterior, en la singladura del nuestro autor hay también otras circunstancias igual de vitales. Como muchos oscenses y turolenses de posguerra, Barcelona fue para él receptáculo del emigrante y horma de su recorrido vital. Una cuna, es verdad, gratificante, abierta y pletórica de posibles ante la grisura de un Aragón empobrecido y machacado por la contienda bélica y sus consecuencias. Sin embargo, pese a la distancia obligada, Aragón nunca fue olvidado y siempre estuvo presente, vital y literariamente. Por eso, al leer sus obras, Huesca, en particular, y las ambientaciones o las atmósferas aragonesas, en general, surgen con fuerza arrolladora. Claro que, en este transtierro a Cataluña, Gil Novales tuvo la suerte de enlazar –gracias a su pasión literaria, claro- con gentes ávidas de memoria o, al menos, empujadas por la necesidad de mantener viva esa memoria. Su llegada a Barcelona en 1957 marcará no sólo su amor por la literatura, sino su recorrido vital de futuro. Será compañero de viaje de editores (Joan Petit o Carlos Barral), de poetas (Salvador Espriu, Gil de Biedma), de narradores (Los Goytisolo), de dramaturgos (Ricard Salvat, Aurelia Campany), entre otros formantes del espíritu libre de la llamada “generación del medio siglo” barcelonesa. En Leer el mundo, escribe el ensayista venezolano Víctor Bravo, que la práctica de la lectura es “hacer del silencio un camino hacia la interioridad, sembrar reflexividad con la duda y la pregunta, semillas de conciencia crítica”. Y muchísimo de ello hay en Ramón Gil Novales que siempre ha iluminado su trabajo literario con la interrogación permanente a la par que la memoria constituye su sustento básico. Un trabajo literario que incita a la reflexión mientras camina, con luminosa escritura, indagando –y de qué manera- no sólo en las relaciones humanas, sino en la propia condición desvalida e incierta del ser humano. Todos sus cuentos –Preguntan por ti, El sabor del viento, ¿Por qué?-, novelas –Voz de muchas aguas, La baba del caracol, Mientras caen la hijas- y obras de teatro –Guadaña al resucitado, La bojiganga, El doble otoño de mamá bis (casi Fedra), La conjura, La noche de verano, La urna de crista o, en l aún inédita, El penúltimo viaje- responden, una y otra vez, a las características mencionadas, además de no perder nunca de vista las atmósferas que enhebran al creador con los paisajes de su tierra. En Ramón Gil Novales, la realidad, plural y sinuosa, se reduce así, concentrada y sostenida en el diálogo, a unas pocas verdades últimas que, lógicamente, derivan en universales. Por ello, su escritura va en busca de lo esencial, comunicando lo máximo posible con los mínimos elementos. Una literatura, dramatúrgica o prosística, que sirve para deletrear el mundo, comprender la vida y, cuando menos, para aprender de la memoria

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