martes, 23 de marzo de 2010

JOSÉ CARLOS MAINER Y LA LITERATURA


FUENTE: Heraldo de Aragón (entrevista de Antón Castro).

Joesé Carlos Mainer: "El que solo sabe literatura, ni literatura sabe..."
El historiador e investigador dirige una 'Historia de la literatura española' en Crítica y publica el volumen 'Modernidad y nacionalismo, 1900-39'.

José-Carlos Mainer Baqué (Zaragoza, 1944) es el director de una ambiciosa y totalizadora 'Historia de la literatura española' (Crítica) en nueve volúmenes. Él abre el fuego con el sexto tomo, 'Modernidad y nacionalismo, 1900-1939', un trabajo de 600 páginas que se acompaña de más de 200 páginas de textos de apoyo. Explica: "De los nueve tomos, los siete primeros se dedican a la historia de la literatura propiamente dicha. El octavo, a una historia de las ideas literarias en España que ¡hace más de cien años! pedía Menéndez Pelayo como requisito previo para construir una historia literaria. Y el noveno, 'El lugar de la literatura española', tratará de las relaciones entre las literaturas peninsulares (incluida la portuguesa), la literatura americana de expresión española y el diálogo de nuestras letras con el resto de las europeas y, por extensión, con las tradiciones culturales occidentales. Todos los volúmenes quieren integrarse en una nueva noción de 'historia de la literatura' que se ha venido afirmando en los últimos cuarenta años, al margen de la clásica asignatura escolar: una historia que sea lugar de convergencia de metodologías más que una formulación rígida. Un punto de partida abierto más que una sucesión de dogmas acerca de periodos cerrados, listas de nombres propios o pretendidas esencias nacionales".
-¿Por qué ha elegido a esos especialistas? ¿Cuál sería el espíritu novedoso de este proyecto frente a otros?
Los autores de los tomos se han elegido, por supuesto, en función de afinidades intelectuales y conceptuales: Juan Manuel Cacho y María Jesús Lacarra para la Edad Media; Bienvenido Morros, para el siglo XVI; Pedro Ruiz Pérez, para el XVII, María-Dolores Albiac, para el XVIII; Cecilio Alonso para el XIX y Jordi Gracia y Domingo Ródenas para la segunda parte del XX. José María Pozuelo dirige el equipo de la historia de las ideas literarias y Fernando Cabo escribirá el volumen sobre el lugar de la literatura española. Partimos todos del legado de treinta años, cuando menos, de una excelente cosecha filológica, que ha supuesto una revisión de autores y géneros, una cuidadosa tarea de edición de textos y una general desconfianza ante las formulaciones cerradas (lo que alguien ha llamado 'neopositivismo').
-¿Qué les ha pedido a los autores exactamente?
Lo que yo he pedido a los autores es que, a partir de este sugerente estado de la cuestión, nos proporcionaran una síntesis personal y ágil, sin demasiadas citas de autoridad ni los signos propios del manual, atendiendo a las obras literarias más que otra cosa y siguiendo el discurrir de los ingredientes que componen el campo de lo literario.
-¿Cuáles son los interrogantes de partida que se ha planteado en su libro, en tomo VI, la poética de su trabajo?
El título que he dado a mi tomo -'Modernidad y nacionalismo'- anticipa mi argumento central: la suma de un impulso de modernización literaria, al compás de la europea, y de un esfuerzo de redefinir la "materia nacional de España" como un producto estético -un paisaje, una forma de vida, un legado artístico- y no como un yerto repertorio de recuerdos históricos. Lo estimulante es que convergen entonces una tradición, algo que tiende a la inmutabilidad, y una exigencia de innovación que busca sistemáticamente el cambio. Y unos modernos tradicionales -como Valle-Inclán, Lorca?- y otros tradicionales modernos -como Unamuno, Baroja?- logran escribir textos estupendos.
-¿En qué medida este volumen es un ampliación llena de datos, detalles, personajes y libros de su 'La Edad de Plata'?
Inevitablemente se parecen, claro, pero después de tantos años ('La Edad de Plata' se escribió en 1974; la edición definitiva es de 1982), algo he tenido que aprender? Al principio pensé reservarme el volumen que trata del siglo XIX (que está escribiendo, mucho mejor que yo, Cecilio Alonso) porque siempre tuve la idea de que si prolongaba mi libro de 1982 sería remontándome a los orígenes de las cosas más que siguiéndolas después de 1939. Pero, al final, opté por repetir y, de ese modo, cerrar un ciclo de mi ejecutoria profesional.
Siempre hay algo fundamental en sus libros: lo que se llama la historia cultural.
Suelo decir que el que solo sabe literatura, ni literatura sabe? Esa noción de 'historia de la literatura' de la que hablaba es forzosamente interdisplinaria, plural, porque los lenguajes artísticos, aunque sean independientes, conviven, como lo hacen los artistas mismos que también comparten el mismo mercado cultural y el mismo público. La pintura de Zuloaga y de Sorolla, la música de Falla o el baile de Antonia Mercé, los filmes de Chaplin o el mundo de las verbenas populares, son hechos literarios: son escritores los que discuten acerca de la idoneidad 'nacional' de la pintura de Zuloaga, los que descubren la modernidad del Greco, o los que se entusiasman con las nuevas bailarinas flamencas y con los cómicos del cine.
-¿Por ejemplo?
En el 'Diario de un poeta recién casado', Juan Ramón Jiménez halla lugar para incluir entre sus poemas del amor y de mar aquellos que se dedican a la muerte de Rubén Darío y del músico Granados y a la descripción de una espléndida puesta de sol en el puerto de Nueva York, dedicada a Sorolla y descrita con la misma paleta cromática del pintor.
-¿Qué papel jugaron en este periodo dos narradores como Ramón J. Sender y Benjamín Jarnés?
Sin duda, son los escritores aragoneses más relevantes de este periodo. En 1939, Sender era el más prometedor escritor en prosa de su generación: un periodista genial y un narrador que aunaba la fuerza expresiva de Valle-Inclán y el ritmo de Baroja. En aquel momento, Jarnés era todavía el gran referente de la prosa artística: un refinado creador de ficciones, un estupendo biógrafo y uno de los críticos más certeros de su tiempo. Después de la guerra civil, Sender, que era más joven, se reinventó todavía como un gran novelista existencial y simbólico, mientras que Jarnés sabía lúcidamente que su mundo había concluido.

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