Lo máximo en lo mínimo*.
por Ramón Acín
por Ramón Acín
Sin duda, la personalidad de un artista como Leonardo da Vinci da para muchísimas páginas. Pero, cuando un escritor es de verdad, tampoco éste debe tener duda en ejercitar la concreción ante un caudal tan abundante y vigoroso como el de artista clave del Renacimiento. Por supuesto, contención tras documentarse a fondo para así aquilatar el detalle específico, atrapar el rasgo pertinente y hacerse con el dato clave que, ensamblados, arrastren en la lectura, además de inducir a la reflexión y de anegar de sugerencias.
Por ello, hacer de la vida de Leonardo da Vinci una novela sin caer en la agradecida apetencia biográfica es todo un logro autorial. Porque la época, la vida y las aventuras vividas por Leonardo -además del filón de su capacidad creativa y de su inventiva, por ejemplo- atraen como un imán hacia ese terreno fértil y gratificante que es el género biográfico. Pero no es el caso. Teresa Garbi, sin perder el norte de la personalidad del artista, ha sabido crear una novela de verdad. Aunque el runrun de la vida del renacentista ruge ruidoso y soterrado en las páginas de la novela, la audacia de ésta se encuentra en haber evitado esa facilidad y su guiño persistente. El resultado: Leonardo da Vinci: obstinado rigor, una joya literaria que, en su aquilatada sujeción, atesora infinidad de materiales y de direcciones de lectura para quien esté atento. En su mayoría, se trata de materiales apenas entrevistos o, en todo caso, sutilmente sugeridos con los que, además, la narradora Teresa Garbi cimenta una historia rica en matices y contenidos.
La novela camina por la vida y la época de Leonardo da Vinci pasando, aparentemente, de puntillas. Pero, en ese caminar por etapas muy concretos y escogidas con sabiduría –la infancia, el inicio de su aprendizaje artístico, etapas específicas de su creatividad o la vejez,- se ha sabido escarbar y extraer lo esencial. Para ello, se obvia la presión de la convención, de lo sabido, del documento y de la físicidad externa para reposar, con sutileza, en el interior ceativo y anímico del artista. La indagación psicológica llevada a cabo por la narradora permite una mirada a fondo que, centrada en detalles mínimos, consigue un dibujo máximo del personaje real. Con un sugerente siluetado y un rápido sombreado Leonardo adquiere todo su volumen humano y creativo. La soledad, el fracaso, la vida, las relaciones humanas… tejen el tapiz consistente de una época, con sabor y sensaciones de vida real, sin olvidarse, tampoco, de sobrevolar sobre el concepto artistico de quien protagonizó tan intensa la historia y visión del arte.
En el fondo de Leonado da Vinci: obstinado rigor hay dos fuerzas claves que sostienen de manera magistral la novela. Dos fuerzas que atendiendo a lo humano, lo sobrepasan. Por un lado, la soledad siempre latente (“todos estamos solos y no podemos hacer nada contra eso” pág. 72), visible en un Leonardo huérfano, bastardo, separado a la fuerza de su madre siendo todavía un infante, criado por su maestro Verrocchio… Una soledad espiritual y física que se muestra poderosa y vital mediante “un vacío alrededor que aisla”. Y, por otro, la inmutable sensación de fracaso al no alcanzar el triunfo deseado o perseguido y, sobre todo, por la creencia de no atrapar del todo nunca la esencia del arte. A Leonardo no le sirve ni la compañía momentánea ni el éxito externo, igual de momentáneo. En esa insatisfacción continua que lanza a una búsqueda inacabable, de Sísifo mitológico, se mueve su personalidad en la novela para observar que vivir es tan sólo el fracaso al que nos enfrentamos cada día de nuestra existencia. Una personalidad que, además, se muestra en su desnudez más cristalina, ya al hablar de arte, ya de las apetencias como ser humano. Dos magnificos botones de muestra, pero hay muchos más en la novela. Por un lado, el enfado de Leonardo al visitar Roma. Un enfado, apenas sugerido, que se asienta en la confunsión interesada de otros artistas de la época, quienes trastocan el concepto de arte por el de la decoración –el renacimiento es volver a lo clásico y atrapar su esencia, no decorar al modo clásico: Edificios edificados con restos, por ejemplo-. Por otro, la posición de Leonardo ante el convencionalismo de las relaciones -caso de la homofilia, sugerida por la autora con agudeza mediante elipsis-.
Junto a este viaje o indagación interior, quicio de la novela, edificado con vivencias y actitudes, Teresa Garbi coloca concienzudamente otro viaje físico. Vinci, Florencia, Milán, Venecia, Roma… y el territorio más allá de los Alpes configuran la fisicidad espacial. En ambos, la “mirada” es clave. Si la mirada del lector, guiada por la sugerencia y los detalles apenas entrevistos, le permite penetrar a fondo en la persona humana y en la conciencia creativa de Leonardo, otra mirada similar consigue que el lector sea lanzado al espacio y a la época. Para ello, es clave un uso especial de la lengua. Se trata de una presencia de la frase corta, muy medida, azoriniana incluso, que, sin embargo, siempre está cargada de significado. La exactitud como bandera, tanto si se trabaja la descripción del paisaje, la naturaleza o el tiempo, como si se aborda la conmoción del sentimiento, la introspección del alma o se boga sobre el territorio del arte. Con datos muy concretos, mínimos, la expansión de totalidad. Y, por supuesto, en cada mirada, su aditamento aedcuado fluir de la imagen, en una, lirismo, en otra.
Aunar vida y obra, estados del alma y conciencia de arte, vivencia y actitud, misterio y documentación, leyenda y verdad, sociedad e historia… es difícil, salvo que se sujeten bien las bridas de la narración. En Leonardo da Vinci: Obstinado rigor no hay desboque. Ni en la prosa sobre la que sustenta la novela, ni en la inmensa documentación que late debajo sobre el artista y la época. Añádanse las sugerencias derivadas del mito, la estética y de la Historia. Al final, un libro sencillo y docto a la vez; un libro a lomos de la aventura vital de Leonardo que se carga de filosofía sobre la vida. La vida como búsqueda, como cambio, como movimiento permanente… Es decir, todos los resortes que movieron la existencia y la creatividad de Leonardo da Vinci.
Un hallazgo: el uso de la 3ª persona para estructurar el relato en su conjunto. Una persona narrativa dotada de perspectiva múltiple, que, así, permite otras “miradas”. Entre éstas, las relativas a los animales domésticos –perros y gatos, habituales en las novelas cortas de Teresa Garbi: Una pequeña historia, La gata Leocadia, por ejemplo- durante la infancia de Leonardo. La “mirada” de Leonardo, foco capaz de abservar todo, donde el común de los mortales no logra atrapar nada. Sobre la aparente sencillez, como puede observarse, se superpone un trabado rigor técnico que no debe pasar indiferente. Al final, la lucha entre la esperanza y el fracaso, entre el deseo y el rigor, entre otros motores que mueven la existencia. Léase: un diamante que indaga, que analiza, que cautiva, que muestra, porque, como dice el poeta Vicente Gállego: “Teresa Garbi no ha escrito este libro, lo ha sentido crecer, se le ha tornado vivo”.
Por ello, hacer de la vida de Leonardo da Vinci una novela sin caer en la agradecida apetencia biográfica es todo un logro autorial. Porque la época, la vida y las aventuras vividas por Leonardo -además del filón de su capacidad creativa y de su inventiva, por ejemplo- atraen como un imán hacia ese terreno fértil y gratificante que es el género biográfico. Pero no es el caso. Teresa Garbi, sin perder el norte de la personalidad del artista, ha sabido crear una novela de verdad. Aunque el runrun de la vida del renacentista ruge ruidoso y soterrado en las páginas de la novela, la audacia de ésta se encuentra en haber evitado esa facilidad y su guiño persistente. El resultado: Leonardo da Vinci: obstinado rigor, una joya literaria que, en su aquilatada sujeción, atesora infinidad de materiales y de direcciones de lectura para quien esté atento. En su mayoría, se trata de materiales apenas entrevistos o, en todo caso, sutilmente sugeridos con los que, además, la narradora Teresa Garbi cimenta una historia rica en matices y contenidos.
La novela camina por la vida y la época de Leonardo da Vinci pasando, aparentemente, de puntillas. Pero, en ese caminar por etapas muy concretos y escogidas con sabiduría –la infancia, el inicio de su aprendizaje artístico, etapas específicas de su creatividad o la vejez,- se ha sabido escarbar y extraer lo esencial. Para ello, se obvia la presión de la convención, de lo sabido, del documento y de la físicidad externa para reposar, con sutileza, en el interior ceativo y anímico del artista. La indagación psicológica llevada a cabo por la narradora permite una mirada a fondo que, centrada en detalles mínimos, consigue un dibujo máximo del personaje real. Con un sugerente siluetado y un rápido sombreado Leonardo adquiere todo su volumen humano y creativo. La soledad, el fracaso, la vida, las relaciones humanas… tejen el tapiz consistente de una época, con sabor y sensaciones de vida real, sin olvidarse, tampoco, de sobrevolar sobre el concepto artistico de quien protagonizó tan intensa la historia y visión del arte.
En el fondo de Leonado da Vinci: obstinado rigor hay dos fuerzas claves que sostienen de manera magistral la novela. Dos fuerzas que atendiendo a lo humano, lo sobrepasan. Por un lado, la soledad siempre latente (“todos estamos solos y no podemos hacer nada contra eso” pág. 72), visible en un Leonardo huérfano, bastardo, separado a la fuerza de su madre siendo todavía un infante, criado por su maestro Verrocchio… Una soledad espiritual y física que se muestra poderosa y vital mediante “un vacío alrededor que aisla”. Y, por otro, la inmutable sensación de fracaso al no alcanzar el triunfo deseado o perseguido y, sobre todo, por la creencia de no atrapar del todo nunca la esencia del arte. A Leonardo no le sirve ni la compañía momentánea ni el éxito externo, igual de momentáneo. En esa insatisfacción continua que lanza a una búsqueda inacabable, de Sísifo mitológico, se mueve su personalidad en la novela para observar que vivir es tan sólo el fracaso al que nos enfrentamos cada día de nuestra existencia. Una personalidad que, además, se muestra en su desnudez más cristalina, ya al hablar de arte, ya de las apetencias como ser humano. Dos magnificos botones de muestra, pero hay muchos más en la novela. Por un lado, el enfado de Leonardo al visitar Roma. Un enfado, apenas sugerido, que se asienta en la confunsión interesada de otros artistas de la época, quienes trastocan el concepto de arte por el de la decoración –el renacimiento es volver a lo clásico y atrapar su esencia, no decorar al modo clásico: Edificios edificados con restos, por ejemplo-. Por otro, la posición de Leonardo ante el convencionalismo de las relaciones -caso de la homofilia, sugerida por la autora con agudeza mediante elipsis-.
Junto a este viaje o indagación interior, quicio de la novela, edificado con vivencias y actitudes, Teresa Garbi coloca concienzudamente otro viaje físico. Vinci, Florencia, Milán, Venecia, Roma… y el territorio más allá de los Alpes configuran la fisicidad espacial. En ambos, la “mirada” es clave. Si la mirada del lector, guiada por la sugerencia y los detalles apenas entrevistos, le permite penetrar a fondo en la persona humana y en la conciencia creativa de Leonardo, otra mirada similar consigue que el lector sea lanzado al espacio y a la época. Para ello, es clave un uso especial de la lengua. Se trata de una presencia de la frase corta, muy medida, azoriniana incluso, que, sin embargo, siempre está cargada de significado. La exactitud como bandera, tanto si se trabaja la descripción del paisaje, la naturaleza o el tiempo, como si se aborda la conmoción del sentimiento, la introspección del alma o se boga sobre el territorio del arte. Con datos muy concretos, mínimos, la expansión de totalidad. Y, por supuesto, en cada mirada, su aditamento aedcuado fluir de la imagen, en una, lirismo, en otra.
Aunar vida y obra, estados del alma y conciencia de arte, vivencia y actitud, misterio y documentación, leyenda y verdad, sociedad e historia… es difícil, salvo que se sujeten bien las bridas de la narración. En Leonardo da Vinci: Obstinado rigor no hay desboque. Ni en la prosa sobre la que sustenta la novela, ni en la inmensa documentación que late debajo sobre el artista y la época. Añádanse las sugerencias derivadas del mito, la estética y de la Historia. Al final, un libro sencillo y docto a la vez; un libro a lomos de la aventura vital de Leonardo que se carga de filosofía sobre la vida. La vida como búsqueda, como cambio, como movimiento permanente… Es decir, todos los resortes que movieron la existencia y la creatividad de Leonardo da Vinci.
Un hallazgo: el uso de la 3ª persona para estructurar el relato en su conjunto. Una persona narrativa dotada de perspectiva múltiple, que, así, permite otras “miradas”. Entre éstas, las relativas a los animales domésticos –perros y gatos, habituales en las novelas cortas de Teresa Garbi: Una pequeña historia, La gata Leocadia, por ejemplo- durante la infancia de Leonardo. La “mirada” de Leonardo, foco capaz de abservar todo, donde el común de los mortales no logra atrapar nada. Sobre la aparente sencillez, como puede observarse, se superpone un trabado rigor técnico que no debe pasar indiferente. Al final, la lucha entre la esperanza y el fracaso, entre el deseo y el rigor, entre otros motores que mueven la existencia. Léase: un diamante que indaga, que analiza, que cautiva, que muestra, porque, como dice el poeta Vicente Gállego: “Teresa Garbi no ha escrito este libro, lo ha sentido crecer, se le ha tornado vivo”.
*(Publicado en la revista TURIA, marzo 2010).
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