Del blog a Facebook: ¿Un viaje con pérdidas?
A comienzos de mayo de 2007, hace ya mas de cuatro años, inicié mi blog. En aquel momento, supuso una importante novedad en mi relación, como escritor, con los lectores. También en las posibilidades de debate y de intercambio de experiencias con otros escritores. Y, por supuesto, significó la apertura de un espacio de creación en el que el momento de escritura y el momento de lectura, separados por tiempo largo cuando se trata del libro o de la prensa escrita, se sucedían de manera inmediata. A la vez, la práctica del feed-back, la posibilidad de conocer los efectos de tu creación en el lector, pura teoría en los años en que me hablaron de ello en la universidad, se convertía en una realidad tangible y medible.
Durante tres años, mi relación virtual con mis lectores y con poetas, narradores y críticos de toda condición, fue el blog. Viajes, visitas a librerías, experiencias familiares, recuerdos, recreaciones, lecturas… todo lo que antaño volcaba en mis diarios (en cuadernos con tapas de hule negro) ahora se incorporaba al blog y el lector podía acceder a ello casi en tiempo real. Accedía al texto y a imágenes propias y ajenas, a músicas y voces de toda índole, pero imprescindibles para entender y conocer al mundo del escritor. Si a ello se añade la posibilidad del comentario, de la polémica cuando la creación literaria, llamada ahora post o entrada, está todavía fresca, no es difícil deducir que con el blog encontré un ámbito de creación literaria nuevo y seductor, con una comunicación permanente y serena con quienes venían siguiéndome en librería o en mis artículos en prensa.
El blog fue creciendo en lectores (en “visitas”, en “páginas vistas”), era el complemento de mi narrativa y de mi poesía y de mis colaboraciones en prensa (todo en papel) y un instrumento eficacísimo para posicionarme ante debates literarios, sociológicos, ideológicos, políticos incluso.
Sin embargo, el pasado verano y a pesar de mi resistencia/desconfianza hacia los experimentos “en red”, decidí crear un perfil en Facebook. Se abrió ante mí un nuevo campo de relación con el mundo (literario y no literario), un campo que unas veces me parece apasionante y otras esterilizador y al que dedico un tiempo que, por el momento, me parece razonable pero que estoy seguro que si lo contemplo en perspectiva, ha sido un tiempo que he hurtado a alguna novela a medias, a algún poema, a algún trabajo crítico. Tiempo para expresarte en la red, para esperar el efecto de tu expresión, para escudriñar las opiniones ajenas y para pronunciarte sobre ellas o, simplemente, para recorrer arriba y abajo y viceversa lo que he llamado, en más de una ocasión, patio de vecindad o corrala donde la multitud aguarda. Facebook es el terreno de la superinmediatez, del debate a múltiples caras, de la impresión fugaz, de lo pasajero, el instrumento de organización (sobre twiter y asimilados no me pronuncio… por el momento, claro) y convocatoria de eventos colectivos.
¿Qué conclusiones cabe extraer tras ese proceso de agregación de mi perfil de Facebook al preexistente blog? Pues dos esenciales y algunas complementarias: la primera esencial, que pueden coexistir perfectamente ambos espacios y que la diferencia está en que el blog ayuda más a la reflexión, es un ámbito más meditativo, más literario, dicho sea en el sentido más profundo del término. La segunda, que se produce una suerte de “fuga” del comentario desde el blog al “estado” y al “muro” de Facebook. Mi experiencia es que aunque el número de visitas ha aumentado significativamente (cada entrada del blog se publica, de manera resumida, en mi muro), el número de comentarios “a pie de entrada” en el blog se ha reducido mientras aumentaban en proporción geométrica en facebook. Y mi atención se ha desplazado: los post del blog se distancian en el tiempo y la llamada de la inmediatez de facebook me hace visitante asiduo de esa red social en detrimento, creo, de la creación literaria, de la reflexión calma, de la meditación y de la profundización.
Igual es una sensación subjetiva. Pero es mi sensación. Probablemente se trata del sarampión de la novedad, pero no sería malo que reflexionáramos sobre las consecuencias que para la literatura y para el pensamiento tienen esos procesos de tránsito de una plataforma a otra. Y dónde quedan la novela ambiciosa, el poemario innovador y profundo a la vez, el ensayo riguroso y creativo. Cada noche, al acostarme, me pregunto: ¿cuánto tiempo dedicado a Facebook podría haber dedicado a mi nueva novela, al poema pendiente, a leer manuscritos ajenos, a reflexionar sobre la vida y la literatura?
(Publicado en Revista Culturamas)
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