Alfons Cervera, el Alfons Cervera de "El color del crepúsculo", "Maquis" y "La noche inmóvil", una magnífica “Trilogía de la Memoria” con la guerra civil española y la primera posguerra como quicio literario y vital, acaba de publicar "Esas vidas", una novela enjuta en páginas (distancia muy ajustada, aunque sea la típica de la novela corta), pero densísima en contenidos. A primera vista, parece que abandona su territorio narrativo, pero no. Lo que ocurre es que, esta vez, a la carga de la memoria transmutada en material narrativo, se superpone un presente vivaz, esencial, vitalísimo.
Alfons narra la muerte de su madre. No obstante, aunque parezca así de sencillo, no sólo es eso lo que atesora, porque la historia narrada dispara en muchas más direcciones. Hacía el pasado por la vida que se apaga, encerrada en su madre y que, mientras vivió, barbotaba vida -la suya, incluida- en la memoria transmitida que, por supuesto, encerraba la vida de otros, otras vidas. También hacia el futuro, tan preñado de silencios. Sin duda, hacia el presente doloroso. Pero también hacia la misma literatura, hacia la cultura que navega por la cabeza del autor, degustador donde los haya.
Mi primera impresión, todavía turbado, es la de una lectura que desazona y atrapa, que hiere e ilumina. Una historia que, aún siendo durísima jamás permite la mención del abandono, sí del respiro. El mordisco de una escritura con aliento de vida es difícil de sostener en una lectura sin descanso, sin levantar la cabeza hasta la última página. Se están narrando muchas cosas, pero sobre todo el poder de la muerte. Y el disparo de Alfons, desde la intimidad desnuda, invita a la interrogación, a la duda, a mirar de frente, a vivir en las palabras que comunican el sinsentido implacable de la existencia que, pese a todo, asimiladas y comprendidas, aminoran la corrosión de su verdad última.
Hay que leer poco a poco, trago a trago, al ritmo de los fragmentos que se van sucediendo –qué buen hallazgo técnico el de Alfons. El fragmento breve propende, a la vez, al descanso y a la reflexión- para que la herida que nos produce se mantenga liviana, esquivando el golpe terrible que se presiente. Pero, pese a esa espada de Damocles, qué luz más prodigiosa, qué prosa –bella en su sequedad, incisiva en sus golpes, esplendorosa en su dolor cruel-… Admiro a Alfons por su prosa, por la profundidad a la que llega, por el sentimiento que la impregna. Buscar la verdad, comprender la vida y su término, puede ser también una manera de sobrevivir al dolor y al sinsentido.
Un fragmento como muestra: “La muerte ciega los caminos de la memoria. Y tú te estás muriendo sin que hagas nada por evitarlo. La muerte da sentido a la vida, escribía Alejandra Pizarnik. Las tuyas, tu muerte y tu vida, no dan sentido a nada. Has decidido convertirte en un vegetal envuelto en una toca de lana y de silencio. Ella se suicidó después de andar muriéndose toda la vida. Escribía poemas extraños, sentía un peso que la empequeñecía, se inventaba espejos donde poder mirarse para no convertirse en otra. No sé si hay poesía más turbadora. Tal vez no. No sabes quien es Alejandra Pizarnik. Por eso no sabes, tampoco, que la muerte llega antes de que la sintamos en la espalda. Está siempre ahí y convertimos su espera imperceptible en una raya que separa la razón de la locura. Ser otros, buscar en los otros los pedazos de ruina con los que nos construimos. Los poemas del horror en la escritura atormentada, lúcida y atormentada, madre, de Alejandra Pizarnik…” (pág. 58)
(Nota: Alfons presenta, mañana 1o de junio, "Esas vidas" en Zaragoza. Librería Cálamo. Contará con la mirada crítica de José Luis Rodríguez, pofesor de la Universidad de Zaragoza).
martes, 9 de junio de 2009
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