No conocía Samper de Calanda. Y, hoy, gracias a la literatura, he entrado hasta el mismo corazón, del pueblo y de sus gentes. Tengo amigos originarios de Samper, estudié en el Instituto Goya con un chico de Samper -luego periodista en Andalán y, hoy, alto cargo en la administración autonómica-, un compañero de mi época en "Heraldo de Aragón" tiene casa en el pueblo y algunos contertulios de donde resido también nacieron y crecieron en Samper -regentan mi bar preferido, mi "atalaya" gastronómica por sus suculentas y abundantes tapas-, pero, pese a ello, no había estado nunca en Samper. Nunca, a pesar de ser visible su cartel anunciador, en plena curva del centro de Hijar, me había desviado para llegarme hasta él. Muchas veces, camino de Alcañiz, del Matarraña o del Mediterráneo, en viaje de ida o de vuelta, he pensado en acercarme, pero no llegué a hacerlo.
Ha tenido que ser la literatura, ese territorio común que tanto une, quien me haya llevado en esta tarde calorosa Junio. Y me haya permitido dos horas de conversación a vueltas con mi novela "Muerde el silencio". Con alrededor de treinta lectoras expectantes, apasionadas e inteligentes, comandadas por Mariví, la bibliotecaria, y por la profesora del centro de adultos que han buceado en mi novela con tino y, sobre todo, con una mirada tan sustanciosa que he aprendido de ellas. Cómo han captado el valor del silencio, mi forma de romperlo, nada más comenzar la historia con las campanadas, el hilo humorístico que atenua el dolor, las microhistorias que dan carne al personaje colectivo que es el Valle...Y, sobre todo, me han reconfortado porque bastantes se han reconocido en las varias anécdotas que van dando cuerpo y sangre -como teselas de un mural- a la historia contada. La vida comunitaria agrícola-ganadera de una población rural en el pasado ha revivido en sus recuerdos. Volver a vivir. La carta que todo escritor emite al receptor-lector ha encontrado, por tanto, cauce y significado. La carta, recreada. Estoy contento, agradecido. Y, por si fuera poco, he aprendido. Entre las cosas que me han contado, un par de ellas, no van caer en saco roto. Ya veo su sombra en futuros relatos. La literatura, el territorio que nos une.
Lecturas así, intercambios así, reconfortan y dan sentido a quienes escribimos o nos absesionamos con contar. Y, por añadidura, me han despedido con un fin de fiesta gastronómico. Con las deliciosas tortas -soy laminero- que se hacen en Samper. Y con un libro de Miguel Gracia Fandos que también recupera, desde una mirada casi etnológica, el Samper cotidano y agrícola del siglo pasado.
Luego un breve paseo por el pueblo y la panorámica de las afueras, ondulándose carretera adelante mientras todo queda atrapado en la retina.
Una realidad: Merece la pena apoyar a los clubs de lectores que son conscientes de lo que llevan entre manos.
Son formas de leer, de intercambiar, de convivir, de comprender el mundo y su entorno. Frente al simple palcer de vegetar, el de leer. Sin duda. Como mis lectoras de Samper.
jueves, 11 de junio de 2009
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Gracias a ti, Ramón. Y tanto por compartir ese tiempo con nosotras como por estas líneas.
ResponderEliminarAntes del Verbo, todo era silencio ;)
Un saludico de parte de todas.