Llevo casi media vida con “invitación a la lectura” –en 2010 se cumplirán 25 años del programa, si el cuerpo aguanta- aunque me parece que fue ayer cuando celebramos, en el curso 1985-1986, los primeros encuentros con Julio Llamazares (Luna de lobos), José María Latorre (la difícil Miércoles de ceniza), Javier Tomeo (Amado monstruo) y, entre otros, José María Merino (creo que se leyó su recién publicada El oro de los sueños).
El título de "Invitación a la lectura" quiere decir lo que dice: invitar, no otra cosa. Por eso, este comentario. Y en esa “invitación” ya han participado más de trescientos novelistas, poetas, dramaturgos cineastas, periodistas, guionistas, ensayistas, letristas, cantoautores, autores de cómic,… españoles y extranjeros. Creadores de cultura todos ellos que, junto a otros muchos profesores –sobre trescientos también cada año-, siempre están dispuestos a que las diferentes manifestaciones literarias –sin olvidar las de la imagen que se apoyan en ésta- sean vehículo de unión, lugar de aprendizaje, espacio para la reflexión… y océanos de placer. Es decir, el libro, como excusa, como medio, como instrumento, como fuente…
Por eso, invitación y no otra palabra. Claro que "invitar" conlleva tener muy claros algunos conceptos y, también, ciertos pasos previos. Como mínimo, apunto estas tres reflexiones o conglomerados de ideas:
1.- La literatura es contagio –le robo, creo, la idea a Luis Landero que, no en vano, es profesor y escritor a la vez- y hay que transmitir ese contagio con la vivencia. Invitar, por tanto, sólo cuando se vive la lectura. Y, aunque haya que pedir esfuerzo –todo lo que interesa en la vida, exige esfuerzo-, éste debe estar exento del exceso de los ribetes académicos y, como mínimo, de la obligación impuesta a rajatabla, que no es lo mismo que un tanto “forzada”. O sea, invitar con mano izquierda y con el ejemplo de la vivencia como primer paso, tras observar, por supuesto, al lector en ciernes– alumno en nuestro caso- y a los flancos por los que podemos acceder a él.
Ésta es la táctica imprescindible: observación del “otro” y ejemplo “propio”. Sin olvidar, claro está, que tampoco es tan grave que haya gente que no lea. Primero, porque de todo hay en la viña del Señor. Leer es una posibilidad más de las muchas del ser humano. Muy útil y muy grata, pero, como todo, dependiendo del gusto -rara es la persona a la que le agradan todos los manjares o ¿no?-. Lo que sí sería grave es la imposibilidad de no poder acceder a ella. No, la libertad de elección. Y, segundo, porque el contagio es el mejor elemento básico para que arraigue la lectura. Por otra parte, hay que olvidarse un tanto del igualitarismo y del “buenismo” que nos cerca, colocándolos como ideas en el horizonte, a conseguir pero sin agobiar, porque no hay que perder de vista tampoco la heterogeneidad del mundo.
2.-No sacralizar ni el libro ni el autor. La literatura habla de la vida, es vida. Por tanto, convirtamos el libro en fuente –ojo no escribo modelo- de vida. Los libros, sin duda, encierran memoria -que es lo que significa ser humano, por ser ésta el material sobre el que se edifica-, pueden plasmar el presente y hasta pueden predecir el futuro. Casi nada. Además, todo libro, cualquiera, habla en silencio y busca la intimidad.
Eso debe ser la lectura: una actividad personal, un diálogo silencioso e íntimo que nos pasea por el placer, estimula la curiosidad –la curiosidad, no se olvide, ha proyectado al hombre-, muestra caminos en la cuadrícula de la vida, inunda de pasión.. En suma, que al contagio, debe seguirle la curiosidad, el afán por descubrir, la posibilidad de respuestas, y, cómo no, el placer e, incluso, la trasgresión. Sin olvidar nunca que, para beber y aplacar la sed –o lo que sea- hay que tener necesidad –de sed o de lo que sea-.
En suma, la literatura -concebida como carta que el escritor envía-, debe obrar a su manera en el lector –con ella o a partir de ella- para que éste convierta al libro -y a la literatura que encierra- en su propia aventura.
3.- Al contagio (punto 1) y a la fuente (punto 2), debe seguir el contacto. A ser posible –como ocurre en “Invitación a la lectura”- doble. Con el libro y con el autor. Diálogos en silencio, en la intimidad y, por fin, en los “cara a cara”.
4. Conseguido lo anterior, seamos profesores. Si es necesario, claro.
Pero esto ya es otra historia.
(Nota: Espero que sirva a mis compañeros de fatigas en el aula que me interpelan por modelos y maneras de leer. Ya sé que la respuesta no es concreta. No puede serlo. Creo que no debo "dictar" formas de actuación generalizables. El aula es territorio del profesor, quien está obligado a observar y, tras esa observación, a decidir sus estrategias de lectura y enseñanza. La heterogeneidad es lo que define hasta el aula misma. Por otra parte, compañeros, en entradas anteriores, en este mismo blog, hay ejemplos de cómo invitar, ilusionar y aprovecharse de la lectura: "maneras de leer").
jueves, 18 de junio de 2009
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