martes, 14 de julio de 2009

SICILIA (I)

Casi quince días ausente, desconectado, huido de lo cotidiano. Casi quince días entre sueños, recuerdos y lecturas, a caballo de paisajes y de descubrimientos.

Hacía tiempo que deseaba viajar a la Isla. A la Isla de la mitología y la cultura, del estereotipo y el contrasentido, cuna de griegos, cartagineses, romanos, bizantinos, árabes, normandos, aragoneses, catalanes…y sicilianos. A la Trinacria del Mediterráneo que tan logradamente muestra, en su centro, la bandera rojigualda de Sicilia –colores que son un recuerdo más de la Corona Aragonesa, también manifiesta en muchos escudos y en numerosos edificios-.

Un pastiche múltiple. Ésa era la idea preconcebida, producto de la mitología, de las historias orales de amigos que ya la habían visitado, de lecturas literarias, de películas, de documentales, de libros de Historia… Italia siempre me atrapa. A ella he viajado varias veces físicamente –mentalmente, cientos-. Pero me faltaba Sicilia y Nápoles. Todavía me queda éste, señoreando el sur de la bota italiana. Seguro que cuando viaje a Nápoles, regresaré de nuevo a Sicilia. La ruta por la isla, aunque con la idea de abarcar lo más posible, ha quedado corta. El triángulo trazado, recorriendo el suelo siciliano, ha dejado en sus márgenes muchos puntos de interés. Muchos más de los que, en un principio, pensé.

Llegada nocturna a Trapani. La oscuridad como boca de lobo para los viajeros. Espera el descanso y el relax en medio del campo. Antes, después del exasperante suplicio del alquiler del coche, comprobamos la amabilidad de los sicilianos. No será la única: volverá a repetirse en Gela, Catania y Palermo. Extraviados en la noche, nos acompañan por carreteras secundarias hasta la “casa de campo” que hemos alquilado. Luca, es policía en Trapani y afirma que es su obligación. Intercambiamos teléfonos en el bar, entre cervezas con un babélico mestizaje de italiano-español que a veces parece un nuevo idioma. Serán los viejos genes, los genes comunes, que unen hoy lo que en tiempos cohesionó parte de la Corona de Aragón. Por fin, tras una cena al aire libre, la adrenalina descansa, aunque hasta las doce suenan los disparos en el campo de tiro al plato de sus proximidades.

Iniciamos el “tour”. Erice en la cima, vigilando Trapani, nos saluda. La carretera es adacadabrante. Parece ascender al cielo. Mil zigzag comiéndose la empinada ladera que lleva al pasado, digamos que, como mínimo, a la Edad Media. Se tiene la sensación de que el coche, en lugar de responder a las marchas, va a desobedecer las leyes de la mecánica y se va a deslizar pendiente abajo. Mientras ascendemos, pensamos en la bajada. Una tortura peligrosa. Por fortuna, existe otra carretera, más ancha y más suave, que desemboca en la inmensa avenida que parte Trapani en dos, antes de desembocar en el mar.

En Erice, saludan los primeros “pupi” –los típicos caballeros y sarracenos- y, también, las primeras máscaras de cerámica de Caltagirone que nos acompañarán, sin cansarnos, durante todo el periplo. También los primeros carros sicilianos. Sus colores vivarachos, inyectan alegría y tienden a la ensoñación. Las máscaras con ojos que miran inquisitivos entre volutas, geometrías y flores; los carros con profusas viñetas religiosas que cuentan historias y leyendas; los “pupi” que reenvían, una vez y otra, al pasado, real o de leyenda. Quizá, al mismo pasado que se descuelga del urbanismo y en el arte configuradores de la planta triangular de Erice. Murallas ciclópeas, templo de Venus, castillo normando, chiesas y calles entre sol abrasador y sombra reconfortante. Corretear pausado, soñar abundante y vistas magníficas desde San Giuliano sobre el mar, las marismas de Trapani, el interior de la isla… que se comen el tiempo a velocidad, tanto que perdemos el esquema del viaje y debemos, por el momento, renunciar a Segesta y su teatro, en ruta hacia Selinunte y Agrigento que abrirán boca hacia lo puramente grecolatino.

Píndaro viene a la memoria con rapidez en medio de la Acrópolis con el sol, abrasador, en su zenit. Días después, al pasear por Siracusa, lo hará Teócrito, el creador del género pastoril. Píndaro cantaba desde fuera, Teócrito lo hacía desde dentro porque era nacido en Siracusa. Sicilia es bucólica. Al menos, en Selinunte. Ocres, azules y verdes. Silencio, mar, cielo y mogotes amarronados alejándose y elevándose hacia el interior de la Isla. Algunas chispas verdes de vegetación raquítica moteando el paisaje. Y, ante todo, el azul intenso, limpio, paradisíaco en dirección al mar y los cortados de la costa. Se paladea la naturaleza, tal vez como los griegos o los cartagineses, pero también se intuye el peligro mortal de los terremotos al recorrer la Acrópolis y se imagina la sangre que allí se ha derramado. La muralla altiva sobre altivos cortados debió atraer a codiciosos enemigos. Hoy día, en las ruinas de Selinunte lo vital convive con la muerte, la belleza con la ferocidad y la devastación con el esplendor. Sin duda, sobre el paisaje de derrumbes, los limpios de corazón pueden intuir bullicios de antaño. Un baño de antigüedad clásica, de mitología, de bucolismo, de literatura, de guerra, de naturaleza… que se repite en Agrigento.

Pero antes, al atravesar Porto Empedocle, Salvo Montalbano, protagonista de tantas historias policiaco-literarias, casi naufraga ante la visión de la ciudad natal de Andrea Camilleri. Salvo el cementerio –panteones que parecen chalets adosados, escena que se repetirá varias veces a lo largo y ancho de Sicilia- la visión desde la autostrada es desoladora: apenas red urbanística, edificios inacabados y dispuestos para en su día levantar otra planta tal como sucede en norte de África y, ante todo, opacidad del paisaje en un mal pastiche. Sin duda, el débito a su condición de ciudad industrial y portuaria. Por fortuna, "Las alas de la esfinge", la última entrega en España de A. Camilleri, recién leída, evita un descenso al infierno entrevisto desde la autostrada.

En Agrigento, atravesado el laberinto de bucles, entradas y salidas de la circunvalación de la ciudad, toda una inmersión clásica: recorrido maratoniano y asfixiante por el Valle dei Templi (dedicados a Hera, Zeus, Castor y Polux, además del conocido como de la Concordia), por las catacumbas paleocristianas y por los restos de fortificación excavados en roca dominando la playa. El sol aprieta lo suyo combatiendo a la brisa que viene del mar. Humedad pegajosa. Sed y necesidad de sombra a pesar de entrada la tarde. A la espalda, bajo los olivos de una terraza, panorámica del Agrigento actual, en la colina, muestra del período medieval y de su mejor adecuación para la defensa ante ataques enemigos. Como en casi toda la isla, griegos, romanos, bizantinos, normandos, árabes y aragoneses han dejado su huella.

Tiempo de descanso y tiempo para recordar: En Agrigento se halla la casa natal del creador de "Seis personajes en busca de autor", premio Nobel de 1934. Pirandello sigue siendo en Sicilia, la figura literaria por excelencia sin menospreciar a Giovanni Verga, Leonardo Scaiascia o Federico de Roberto, por ejemplo.

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