martes, 21 de julio de 2009

SICILIA (VIII)

Catania se despide mal.

En la misma puerta del hotel han intentado robar el coche de alquiler. La poca pericia del mangante que no ha sabido concluir el “puente” evita un desaguisado mayor. La casa de alquiler ha resuelto –con la ayuda y la enorme amabilidad de la recepcionista del hotel- el problema con rapidez. No obstante, Cefalú -mi “Cadaqués” de Sicilia- se cae del recorrido. Hay que llegar a Palermo en una hora muy concreta y, antes, atravesar Sicilia de punta a punta. Cefalú tan sólo imaginado, por tanto, entre los alfileres de las lecturas previas y sobre el agrio enfado que no lleva a parte alguna.

Camino de Palermo, sol –nos confirman que en julio el promedio de horas de sol al día es de 12, nada menos-, variedad de paisajes y silencio –el enfado que, poco a poco, se diluye-. Arrancamos con la humedad y un pegajoso calor, en la costa, para caer en el infierno del interior. Mientras los pueblos se asoman por las colinas, colgados de sus cimas, o besan el costado de la carretera, la memoria trae lecturas y escenas de películas. Queda a la espalda y al costado izquierdo o sur, el aire de la Grecia antigua y la modernidad turística para entrar en la “omertá” del interior, más árido y secular. Pienso en la admirable “Las parroquias de Regalpetra”. El paisaje, atmósfera y ambiente descrito y transmitido por Sciascia en esta obra, bien podría pertenecer a cualquier pueblo de los que se asoman durante la travesía. No creo que haya muchas diferencias con el Rocalmuto natal del escritor. “Las parroquias de Regalpetra” me llevan a Nino Savarese y sus “Fatti di Petra”: el filón de mitos y leyendas sicilianas, que conocí gracias a los elogios vertidos por Sciascia en el prólogo de su “Las parroquias…” -a inicios de los años 90, cuando Alianza Editorial aún transmitía cultura de la buena en sus “libros de bolsillo”-.

La catarata de recuerdos sobre lecturas es inmensa. Como la de escenas de cine. Al pasar cerca de Corleone, se abalanza en la mente la cara de Don Vito-Marlon Brando de “El Padrino”, rodada por Coppola. No en Sicilia, claro. Después, se asocian escenas de “Salvatore Giuliano”, en el buen trabajo de Francesco Rossi. Entre medio se cuela la lectura de “El Gatopardo” de Guiseppe Tomaso de Lampedusa, aupada por la versión cinematográfica de Luchino Visconti. Y, por supuesto, la grata “Cinema Paradiso” de Giuseppe Tomatore. Siempre me atrajeron las correrías de Totó-Salvatore por el pueblo de Giancaldo (el pueblo real de rodaje fue: Palazzo Adriano) y la espectacular y sensual María que fluye en el flash-back de Salvatore. Atrapa la historia de amistad (con Alfredo) que da pie a la película y permite abordar otros temas como el amor, la vida, la memoria, la política, el paso del tiempo… Todo un revoltijo gozoso que hace olvidar los kilómetros recorridos y la distancia, cada vez menor, hasta Palermo.

El paisaje, variado, de tanto en tanto, se despereza con elevaciones montañosas que impactan. En ocasiones, cerca de sus cimas, se recogen bellísimas poblaciones que avizoran desde la altura. En éstas, la estrategia medieval defensiva queda patente. Tan patente como su estancamiento en el pasado. En otras, un vacío grita la inexistencia de lo humano. El contraste se cuela en el ánimo, disparando suposiciones donde la historia y la mafia golpean con fuerza. No es difícil imaginar correrías de bandidos por las crestas montañosas que quedan a los lados o por las que atraviesa la carretera. Tampoco es difícil imaginar en ellas escaramuzas y batallas a lo largo de las diversas fases de la historia de la isla. Unas, en ruinas tipo Segesta, envían al pasado más remoto. Otras, con sus castillos normandos, sarracenos o aragoneses, a la presencia y dominio de todos ellos a lo largo de un espacio de mil y pico años. O, incluso, en pleno XIX, las ondulaciones, llanuras y montañas que nos salen al paso reenvían a la “expedición de los mil” que comandara Garibaldi desde Marsala para tomar Palermo, centro clave de la isla en tiempo del Reino de las Dos Sicilias.
La historia, la literatura, el cine, la vida… sale al encuentro en esta travesía de Catania a Palermo, pero también la violencia, la sangre y el asesinato.

No recuerdo ahora el año del atentado mortal de De la Chiessa, sí, más o menos, el del juez Falcone y otro de sus ayudantes. Los últimos debieron de aconter a principios de los 90, el del general carabinieri De la Chiessa sucedería, por tanto, antes, sobre los 70 o, quizá, a comienzos de los 80, porque se llevó al cine: “Cien días en Palermo”, de la mano de Ferrara.

De pronto, cuando las crestas montañosas quieren herir altivas cerrando el paso, se intuye el mar.

El Tirreno aparece azul turquesa. Intensamente azul.

Palermo ya es meta cercana.

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