miércoles, 15 de julio de 2009

SICILIA (II)

Se ha dicho que Sicilia es el corazón del Mediterráneo.

Es verdad: se ubica en el centro del mar, pero, además, parece ejercer una atracción centrípeta para todos los territorios que baña el viejo Mare Nostrum. La Historia de Sicilia, con sus distintos pobladores, habla de esa fuerza. Desde la antigüedad hasta nuestros días (en la actualidad, Lampedusa es noticia casi diaria, como Canarias, en el terreno de la emigración clandestina: muy recomendable la espeluznante lectura de “Mamadú va a morir”, de Gabriele del Grande, publicado en España por Ediciones del Oriente y del Mediterráneo) a la codiciada Sicilia han llegado pueblos procedentes de todos los puntos cardinales y, después, ha sido habitada por ellos. Para el viajero Sicilia es como un corazón vivo, humano, geográfico y cultural, donde laten casi todas las culturas de la vieja Europa, del Norte de África y del Próximo Oriente.

Pero Sicilia no sólo es la gran isla del Mediterráneo o la región más grande de Italia, tal como se estudiaba en el antiguo bachiller. Es también centro neurálgico para otras islas hermanas, mucho más diminutas y de origen similar, volcánico para más señas, que la envuelven en un apacible manto de belleza que, también, tiene mucho de misterio, de leyenda, de mitología, de peligro… Desde las cercanas Égades, frente a Trapani y Marsala -al oeste-, las Eolias, frente a Milazzo y Mesina -al este-, hasta las más alejadas como Pantellería o las Pelagias, con Lampedusa como bandera -al Sur- o como Ustica al norte de Palermo, todas guardan su cosa y su regusto, su leyenda y su vida, su fantasía y su peligro.

Vulcano, en las Eolidas, por ejemplo, según la mitología griega era la morada de Hefesto, el dios del fuego. O de Eolo, dios de los vientos, según el poeta Homero. En ella se funde, pues, imaginación y realidad, sensación de peligro y aventura, belleza y relax. Todo gracias a la extraña combinación de mar y volcán, junto a aguas y barros termales. Por su parte, Estromboli, sobre el recuerdo de escenas protagonizadas por Ingrid Bergman y rodadas por Rosellini (1949), trae a la memoria otras estampas más preocupantes - erupciones o fumarolas expulsando vapores de azufre- o, por el contrario, dotadas de magia -la “sciara del fuoco”, enorme depresión en forma de herradura generada por el río de lava-. Para mi, Sicilia y su rebaño de islas semejan dragones dormitando apacibles. Una fantasía sobre la que no dejo de intuir un pálpito próximo de posibles rugidos. Como previniendo una hecatombe. La grandiosidad de lo diminuto en la infinitud azul del Mediterráneo. El imán con sus dos polos: La belleza del peligro y la realidad corporal de la belleza. Ver, recordar, imaginar…

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